Tukur), el jefe de la misión espacial, quien le pide que acuda a ayudarles al Prometheus por razones que Gibarian no quiere o no puede explicar. A su llegada, nada es como él esperaba, Gibarian se ha suicidado y los otros dos científicos que permanecen con vida muestran evidentes signos de paranoia y estrés traumático como consecuencia de su investigación delplaneta Solaris. El espectador medio que no conozca a Steven Soderbergh puede llevarse una sorpresa mayúscula al pasar por taquilla atraído por un poster que nos muestra a George Clooney en el espacio. Podría pensar este espectador que va a contemplar un espectáculo galáctico repleto de efectos especiales, otro producto yanqui en la línea de la mayoría de películas que se hacen de ciencia-ficción. Nada más lejos de ese tipo de cine, porque Soderbergh juega a otra cosa. Desde su primer largometraje ("Sexo, mentiras y cintas de video" -Palma de Oro en Cannes-), se percibe que estamos ante un cineasta muy distinto a la corriente habitual que nos llega de Hollywood. Sus primeros títulos apuestan por un cine independiente, con propuestas tan arriesgadas e insólitas como "Kafka". Tras el fracaso comercial de esa segunda obra, la carrera de Soderbergh se hunde aún más en varios títulos que no recuperan la inversión (algunos ni siquiera se estrenaron en nuestro páis). Fueron años oscuros en los que el cineasta se replantea su trayectoria y parece llegar a una conclusión: hay que conquistar la taquilla, con un cine mucho más comercial, pero eso sí, sin olvidar la condición autoral ni perder apenas nada de la libertad creativa. Yahí reside su mayor valor: Soderbergh consigue el raro equilibrio entre lo que es un cine de autor y el tipo de películas que llevan al público a la sala. Para conseguir esa extraña simbiosis, el realizador se codea con las mayores estrellas del momento (George Clooney en "Un romance muy peligroso", Julia Roberts en "Erin Brockovich"), jugando con sus propias reglas y contentando al mismo tiempo a la industria de Hollywood. De hecho, la Academia le premia con el Oscar al mejor director por la magnífica "Traffic". Y "Ocean's Eleven" es otro buen ejemplo de su inteligencia como cineasta, un ejercicio de estilo con personajes sabiamente dibujados y diálogos excelentes. Con "Solaris", el director vuelve a combinar su intención artística con el gancho comercial que supone filmar una cinta de ciencia-ficción y la presencia de George Clooney. Su cinefilia le hace sentirse atraído por la novela de Stanislaw Lem, que ya fue llevada al cine por Andrei Tarkovsky hace más de 30 años. No estamos ante un remake del clásico de Tarkovsky, sino ante una nueva adaptación de la novela de Lem. Muchos compararán esta nueva cinta con la sobriedad y el rigor de "2001: Una odisea del espacio", aunque esté muy lejos de la maestría de Kubrick. Otros clásicos del cine de ciencia-ficción también están presentes en la obra de Soderbergh, como las calles lluviosas y cargadas de humo de "Blade Runner", o la tensión entre varios personajes en una atmósfera claustrofóbica, como ocurría en "Alien". De entrada, hay que reconocerle a Soderbergh la valentía y el arrojo que ha tenido al filmar una película como esta, tan austera y tan alejada de los convencionalismos actuales, aportando su granito de arena para que el género de la ciencia-ficción no pierda esa mayoría de edad que ganó con la obra de Kubrick, aunque haya vuelto al infantilismo en las últimas décadas, con nuevas trilogías galácticas y sucedáneos varios. Pero su loable intención da lugar a una película tan seria como fría y poco emocionante. Aunque el meollo de la historia consiste en descubrir qué está ocurriendo en esa estación espacial, Soderbergh se centra, más que nada, en una historia de amor virtual-fantasmal que no emociona y se hace repetitiva, con un guión endeble que no consigue expresar ni explicar toda la complejidad del planeta Solaris. El misterio se deja de lado para describir con mayor atención los poco interesantes devaneos de la pareja protagonista (incluido el trasero al desnudo de Clooney). Su discurso sobre la metafísica existencial y sus reflexiones que quieren ser profundamente filosóficas dan paso al aburrimiento. Soderbergh juega a desconcertar al espectador y se empeña por captar su atención con los grandes misterios del universo: ¿quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿cuál es nuestro destino?,... Preguntas que aquí adquieren la forma de un galimatías pretendidamente intelectual y bastante soporífero. Tan sólo se salva la belleza de algunas imágenes y el admirable intento de Soderbergh por hacer una película diferente.